Largas horas de trabajo, de
eso estaba compuesto los días de Kirsten. Las prácticas como profesora no eran
nada fácil en comparación con lo que enseñaban en sus clases de pedagogía
infantil, y en ese preciso instante estaba feliz de que las luchas contra los
niños para evitar que huyeran por la puerta del salón hubiesen cesado.
Se encontraba en el pequeño baño de la escuela elemental.
Kirsten se miraba fijamente al espejo con expresión
cansada, su cola alta en la que había atado sus cabellos temprano en la mañana,
ahora estaba hecha un desastre; y su delantal con pintorescas flores y caritas
felices totalmente lleno de comida y pintadedos. Y aun así, no tenía intención
de dejar de lado su sueño de ser profesora de jardín.
Sólo que nunca estuvo preparada para la realidad cuando
comenzó las practicas.
Los niños eran unos diablillos, con pequeños momentos de
ternura y tranquilidad a lo largo del día.
Sus prácticas eran de seis a seis. Tenía un grupo en la
mañana, y luego entraba otro en la tarde, posteriormente podía irse a casa y
dormir una buena dosis ya que sólo le tocaba estar allí interdiario —Tres días
a la semana para ser exactos—.
Se lavó la cara, retirando el maquillaje ya en un estado
de decadencia; seguidamente se deshizo la coleta y peinó sus cabellos, para
finalizar quitando y guardando su delantal sucio dentro de su maleta.
Cuando se sintió lo perfectamente estable para no caerse
de camino a casa, se colgó el bolso con sus cosas a un hombro y salió del
hombro. Casi siempre era la última en salir, así que no le extrañó ver que solo
quedaban las señoras hispanoamericanas del aseo limpiando los pasillos.
—Nos vemos mañana, María,
Carolina —Ambas mujeres alzaron la vista, y le sonrieron con amabilidad.
—Cuídate, muchacha,
que Dios te haga compañía hasta casa [1]—Dijo
María, con una escoba en la mano y despidiéndola con la otra libre. Tenía un
acento mexicano sumamente marcado.
Aunque no entendía muy bien lo que la mujer dijo, Kirsten
asintió y le sonrió con dulzura.
Eran mujeres amables y honradas. En las semanas que
llevaba allí, se habían ganado su cariño; ambas eran cincuentonas y trataban a
todos allí con una sabiduría y una maternidad sin fin. Ya fueran a las
profesoras ó a los mismos niños, no dudaban en prestar sus manos cuando fuera
necesario.
Salió del lugar un poco más animada de lo que había
esperado. Kirs repasó las cosas pendientes por hacer antes de darse el sueño de
su vida —entre ellas por supuesto, llamar a su madre—.
Bajó uno a uno los escalones que seguían a la puerta de
la pequeña escuela para niños entre dos y cuatro años, y ajustando el bolso a
su hombro se dispuso a caminar.
No dio muchos pasos antes de sentir la piel de la nuca
erizarse de forma automática. Kirsten pasó a detenerse abruptamente por el frío
que recorrió toda la extensión de su columna, haciéndola pasar saliva; miró
discretamente por sobre su hombro hacía el vacio y apenas iluminado
estacionamiento, donde las maestras parqueaban sus autos.
Se había sentido observada… Pero no había ni un alma allí.
Lo cual era sin duda muy alarmante.
Apenas eran las siete pero ya estaba muy oscurecido el
ambiente, señal de que el invierno no tardaba en llegar.
Rápidamente se giró y regresó a caminar aun más deprisa,
lamentablemente los alrededores estaban demasiado solo a esas horas, a
excepción de uno que otro automóvil que surcaba la avenida.
Cómo decía su padre, mejor era prevenir que lamentarse
las consecuencias; así que no iba a detenerse a esperar a que algún ladrón o
delincuente se abalanzara sobre ella por quedarse relegada mirando los
alrededores.
Tardó poco en dar con un área transitada, y suspirando
aliviada pasó a mezclarse con las personas.
Lo bueno de la escuela en donde hacía sus prácticas, era
que quedaba a sólo unas cuadras del departamento que compartía con Abigail,
pero aun así al final del día le parecía que quedaba a largos y dolorosos
kilómetros.
Por eso, quizás, fue que Kirsten creyó ver el paraíso
cuando divisó la entrada al conjunto de departamentos.
El guardia de turno estaba dándose una siesta, mientras
el que iba a sustituirlo la saludó y entró al pequeño bañito de la cabina de
seguridad, probablemente para cambiarse. Ella le regresó amablemente el saludo
con un asentimiento de la cabeza; en su mente, Kirs se preguntó si Abby había
pasado a recoger el correo.
Bueno… Estaba demasiado cansada, no pasaría nada si lo
recogía en la mañana.
Tomó aire y continuó su camino hacia el ascensor. Se
alegraba de que ese sitio fuera tan tranquilo, y que los vecinos se desentendieran
de los otros habitantes… Así se evitaba la mortificación de detenerse a hablar
con alguno de ellos. Por no decir que era una arpía, Kirsten saludaba
cortésmente a sus conocidos en la misma planta donde se localizaba su
departamento, pero ella no estaba allí para hacer buenas migas con nadie así
que simplemente llevaba todo al margen.
De nuevo, sintió que transcurrieron horas antes de que el
ascensor se detuviera en el quinto piso. Y de nuevo, se alegró que no hubiera
nadie por allí a esas horas puesto que, torpemente tropezó cuando salió al
pasillo.
“¿Estoy tan cansada?
Siento que voy a caerme de camino a mi cama”. Pensó.
Se veía a sí misma saltándose la cena.
Lo lamentaba por Abby, pero de nuevo le tocaría cenar
algún enlatado.
Sacó sus llaves del bolso y las introdujo en la cerradura,
fue como cantar de ángeles oír la misma abrirse. Entró en silencio y cerró con
cuidado la puerta tras ella para recostarse en la madera un par de minutos.
Necesitaba tanto dor… Un momento.
Kirsten entrecerró los ojos al oír como varias cosas se
caían desde la habitación de Abigail. Era raro siquiera escuchar algún sonido
proveniente de la pieza de ella… Era casi como vivir con un muerto durante la
mayor parte del día.
—Ssh… ¡No hagas tanto ruido! —La voz de Abby se oyó más
que claramente desde donde estaba. Kirsten dejó con cuidado su bolso cargado de
cosas en el suelo y comenzó a caminar hacía la habitación de su compañera de
piso.
“¿Con quién está
hablando?”.
Con mucho silencio y algo de cuidado de hacer algún tipo
de sonido que pudiera alertar a Abigail, Kirsten caminó hasta la puerta cerrada
—cosa que la impresionó, Abby jamás cerraba la puerta para cuando Kirsten
llegaba— y apoyó la oreja sobre la madera.
Oía a Abby hablándole a alguien totalmente desconocido.
Kirsten de nuevo se movió en silencio hasta el otro lado
del departamento, abrió la puerta de la entrada y la cerró con fuerza.
—¡Abby, ya llegué! —Exclamó en voz alta. Sumamente alta.
Fue gracioso oír como ella, en su habitación, se
alteraba. Sonidos. Sonidos. Aparentemente algo volvió a caerse… Se preguntó que
había sido esa vez.
…Y milagrosamente, Abigail salió y cerró rápidamente tras
ella. No podía lucir una expresión más obvia y culpable porque simplemente era
imposible; Abby la miraba con fijeza, con las manos tras la espalda y su
respiración agitada.
Kirs pasó a entrecerrar los ojos.
—¿Pasó algo?
—¡No! ¿Cómo crees que pudo pasar algo? Está todo
perfectamente bien, lo juro —No hacía falta mencionar, que Abby parecía tratar
de convencerse a sí misma de lo que decía. Lo cual era sin duda alguna aun más
sospechoso.
—¿Cómo te fue en la editorial? —Preguntó Kirsten
cruzándose de brazos.
La expresión de Abby adquirió un tono un poco más
realista y menos fingido de lo que había tenido momentos atrás.
—mm… Bastante bien. Tengo que corregir algunas cosas que
todavía no les agradan —Susurró con una vocecita —. ¿Podemos pedir pizza para
cenar esta noche?
Kirs estuvo a punto de contestar, cuando oyó un sonido
proveniente de detrás de la puerta que Abigail intentaba proteger con su vida.
—¿Qué ha sido eso? —Kirs miraba fijamente la madera de
roble aun más interesada.
[1]
Del español original.
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NOTAS DE AUTORA:
Hola, chicas. Siento mucho la tardanza en aparecer, pero aunque ya estoy en Venezuela no había tenido internet hasta ayer; y lamentablemente no alcance a publicar.
Aquí están los capítulos que debía.
Besos y abrazos a todas, y muchisimas gracias por esos comentarios que me animan y me ayudan a conseguir motivación e inspiración.
Antonella.