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Nada por ahora
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Besos a Medianoche. Capítulo II. Parte II




Y en otra parte del mundo, en ese mismo instante, respiraciones entrecortadas de tres hombres hacían eco entre las calles semivacías. Corrían de manera que se dejaban el pellejo en el asfalto.
Alexander Night no sabía cómo había terminado en una situación tan tétrica como en la que se hallaba en ese instante…De acuerdo, probablemente si supiera la idea exacta, pero eso no implicaba que pudiera entender las razones de correr como alma que lleva el diablo para salvar su miserable vida.
—Yo no debería de preocuparme —Susurró. No pudo decirlo en un tono de voz más alto, porque en ese instante se encontraba jadeando —. No soy el del problema.
—¡Cállate y corre! —Ethan Rumsfeld, quien en ese instante corría a su lado, lo fulminó con la mirada —. Podría usar mi velocidad y dejarlos atrás, pero no soy tan malvado como para hacerlo.
—R…Rumsfeld —Terció el último de los tres hombres, quien corría aun mas jadeante y con mayor dificultad que los otros dos —, tú has sido… el que nos ha puesto en… esta situación…
Alex observó sobre su hombro a Kei Hibiki, un chico occidental de descendencia japonesa. De lacios cabellos negros y rostro perfectamente delineado y trazado. Una obra maestra que incluso, al poseer familia de alta clase inglesa, sus ojos eran de un intenso tono azul… Algo bastante extraño para tratarse de un chico japonés.
Le hizo una seña afirmativa para declarar que debían medio matar a Ethan, cuando todo esto terminara.
Su viaje a Australia había contado con principalmente turismo por todas partes… Había sido muy agradable conocer lo que mayormente se pudo. Y a la final, Ethan y él se habían instalado en un pequeño pueblo, hacía exactamente dos años.
Curiosamente, dicho lugar, resultó ser un pequeño sitio poblado de vampiros. Más que todos, de esos que se sentían cansados de su existencia y venían a refugiarse en el tranquilo y agradable lugar por un tiempo. Y de esa forma, por casualidad, habían conocido a Kei. El joven vampiro tenía ciento sesenta y seis años apenas, pero ya se sentía cansado de vivir… Y no encontraba el valor para matarse.
De cierta forma, Alex había sentido lastima por él. Lo compadecía y le agradaba hasta el punto de no decidirse simplemente por ayudarlo a morir, si no en lugar de eso, ofrecerle su amistad.
Irónicamente, Kei se había sentido desconfiado en un principio pero poco a poco fue dejando de lado el recelo, hasta formar un extraño lazo con ambos. Aunque no sabría especificar si el chico los veía como unos amigos, por lo menos los consideraba alguna especie extraña de aliados.
Y así, el dúo de vampiros se volvió un trío.
Mejor que estar solo, por lo menos tenía algo de compañía que lo ayudaba a olvidar un poco.
Pero había momentos en los que se arrepentía y odiaba esa compañía.
Momentos como el que estaba aconteciendo ya mismo.
Los tres se detuvieron detrás de un callejón y se ocultaron como mejor pudieron entre las cajas abandonadas allí. Alex resopló mientras se masajeaba la sien.
—Ahora, Ethan —Comenzó, haciendo que el nombrado rodara los ojos —, déjame entenderlo bien. Te has follado a la linda esposa del alcalde ¿No?
Ethan se encogió.
—No tienes que ser tan grafico, Alex.
Kei estalló en una serie de carcajadas que provocaron un ceño severamente fruncido en Ethan y una expresión de pocos amigos a Alex. El joven de origen japonés podría ser un inmortal bastante fuerte, pero se aseguraría de quemarlo vivo en cuanto terminara todo esto.
—Por lo que a mí respecta, no puedes controlar mi lenguaje como a ti mejor te parezca, Ethan —Decidió mantenerse en sus cabales e ignorar discretamente a Kei, y cuando el hombre rubio y de penetrantes ojos azules le devolvió la mirada supo enseguida que opinaba de la misma forma —. Volviendo al asunto, ahora tenemos una manada de policías tras de nosotros, porque el bueno del alcalde se ha enterado y desea una linda venganza.
Por segunda vez, Ethan se encogió de hombros para restarle importancia a los sucesos.
—Nadie dijo que tenían que huir ustedes también…
—Te recuerdo, que si tú te hundes, los tres nos hundimos. Y viceversa.
Sus palabras parecieron sonar nuevamente graciosas a oídos de Kei puesto que se sostuvo su estomago con una mano y se cubrió los labios con la otra para evitar soltar una exasperante y molesta carcajada.
Al ver como ambos vampiros lo observaban con ojos asesinos, Kei se enderezó y tosió.
—Lo siento. Por favor, continúen —Soltó haciendo un pequeño gesto con la mano, expresando que podían ignorar su intervención de unos momentos atrás.
Resoplando, Alexander se volvió nuevamente a observar con fijeza hacia Ethan.
—…Encima, lo que hiciste fue un acto inmoral.
Rodando los ojos, el vampiro rubio le dio la espalda y recostó uno de sus costados de la pared del callejón, asomando ligeramente la cabeza fuera de este, con los parpados calculadoramente entrecerrados. Cuando su expresión se hizo un poco más sosegada entonces suspiró y se volvió hacia ambos.
—Claro, lo dice el rey de la moralidad —Contestó a lo que anteriormente había dicho Alex, mientras se cruzaba de brazos y arqueaba una ceja con burla e ironía —. Desde que sabes de la existencia de tu compañera, entonces te has comportado como un moji…
No le dio tiempo a continuar, antes de darse cuenta su cuerpo había reaccionado por propia voluntad y sus manos tenían fuertemente sujeta la garganta de Ethan empujándolo violentamente contra la pared. Kei, observaba con expresión intranquila el acontecimiento.
—Ni te atrevas a mencionarla de nuevo —Sus palabras estaban envueltas en peligro y con una promesa de muerte oculta entre ellas. Bruscamente, lo soltó y dándoles a ambos la espalda con rapidez, se alejó al rincón más alejado del callejón con la respiración agitada y el cuerpo extrañamente adolorido.
No deseaba recordarla.
Siempre evitaba pensar en Kirsten o cualquier cosa que pudiera recordarle su existencia. Inevitablemente, solo un pensamiento y su cuerpo dolía de forma mordaz y desagradable… anhelante y deseoso de la única cosa en el mundo que se había jurado no tener. Su piel enardecida, suplicaba entrar en contacto con la de ella; su olfato no podía evitar buscar el aroma a tiernos cítricos de Kirsten —Aunque años habían transcurrido, la fragancia de sus cabellos y su habitación no habían desaparecido de su mente—.
Pero sobre todo, su boca imploraba por la de ella. Demandaba trazar una línea desde sus labios, pasando por su mentón y deslizándose hasta la yugular… Donde entonces enterraría sus colmillos y probaría su suculenta y ansiada sangre…
Por el rumbo que corrían sus pensamientos, soltó un gemido frustrado y adolorido mientras movía la cabeza de un lado a otro, aturdido por los carnales deseos que invadían su imaginación. Su respiración, ya de por si agitada por el trayecto que había recorrido con los otros dos vampiros, se tornó un tanto más demacrada y jadeante.
…Olvídala.
Tenía que olvidarla.
Si seguía pensando en ella, entonces perdería el juicio. Y aun no estaba listo para volverse completamente loco.

***

Se había pasado un poco.
Lo sabía perfectamente, pero eso no implicaba que pensaba disculparse por nombrar discretamente a Kirsten Shower frente a Alex. Sencillamente no estaba en su naturaleza hacerlo.
Se acarició el cuello formando una ligera mueca en sus labios, mientras la atenta mirada de Kei seguía sus movimientos con fijeza e interés.
—…¿Dolió?
Ethan gruñó.
—Te daré una patada en el culo si sigues preguntando o diciendo estupideces —Se cruzó de brazos —. Ya has hecho suficientes payasadas por hoy.
Kei arqueó las cejas con sarcasmo y elevó las esquinas de los labios en un asomo de sonrisa.
—Cuanto lo siento, mami, no era mi intención ofenderte.
Gruñendo nuevamente, está vez con más pasión que la anterior, Ethan le dio la espalda al vampiro asiático y no pudo evitar darle una patada en todo su esplendor a uno de los botes de basura del callejón. El objeto de un patético tono metálico algo oxidado y desgastado por el tiempo y las tempestades, rodó sin piedad esparciendo el fétido contenido por el suelo.
—¡Joder, Rumsfeld! —Kei se cubrió la nariz con los dedos de la mano izquierda en cuanto el inevitable aroma a sobras de pescado y comida rancia invadió sin piedad su olfato.
Con un gemido de frustración, Alex se volvió hacia ambos y lo observó con un gran asomo de ironía y sarcasmo entremezclados.
—Explícame algo —Comenzó —. ¿A caso no sabes hacer nada bien?
Rodando los ojos con letal espacio, aunque un poco aliviado de que Alex aun le dirigiera la palabra, les dio la espalda y se dirigió a la salida del callejón.
—Muévanse, los tíos dejaron de seguirnos —Lo sabía porque el sonido de los pasos se había alejado a una distancia considerable. Les daba el tiempo suficiente de correr y alcanzar el lugar donde se estaban alojando. Okay, debía admitir que ser un vampiro tenía sus ventajas, como por ejemplo, la capacidad de tener un oído tan excelente como el que él poseía.
Miró sobre su hombro tanto a Alex como a Kei —Principalmente al primero— y entrecerró un poco los ojos, pensativo.
¿De qué se preocupaba? ¿No había sido Alex el que había decidido dejarlo todo atrás e irse de Nueva York? ¡Por supuesto que sí!
Entonces… ¿Por qué sentía que algo estaba fuera de lugar?
Mientras caminaba a un paso más o menos apresurado, su cabeza no dejaba de trabajar por sí sola haciendo reflexiones y pensando una y otra vez sin cesar.
Era un vampiro joven aún, por lo que todavía le quedaba tiempo antes de encontrar una compañera… E incluso, pensaba que tal vez le iría mejor sin la necesidad de encontrarse con una; quizás por esa simple razón —La de no saber el impacto que causaba y la necesidad del vampiro macho consumiéndolo por dentro con los más íntimos deseos de poseerla— era que no llegaba a comprender a Alex o a Blasius.
Pero una cosa si era segura: la distancia estaba poco a poco matando a su amigo.
Quizás Alex no deseaba aceptarlo, pero era bastante notable lo desgastado y solitariamente melancólico que a veces lucia, como si su cabeza viajara a otro mundo o a otro lugar. Y Ethan sabía en qué lugar se encontraba la mente de Alex.
Un lugar que aun lo deseara, no se atrevía a tenerlo por miedo. Por temor a alguna razón desconocida que estaba seguro nunca sabría.
Un lugar paradisiaco y que solo le traería felicidad y calma.
…Junto a Kirsten Shower.
Y allí, en medio de la calle, Ethan supo enseguida lo que tenía que hacer.
Por primera vez en su triste vida, estaba del todo dispuesto a hacer lo correcto. Por uno de los pocos seres a los que podía llamar “amigo” en todo su esplendor.
Se dio vuelta, encontrándose con los rostros sobresaltados de Kei y Alex, y dirigiéndose a este último, dijo las palabras que nunca creyó sentir la necesidad de decir.
—Creo que es tiempo de volver, Alex.


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N.A: A todos mis lectores, me alegro de informarles que esta autora está graduada =)... Ya he acabado las clases y puedo centrarme de lleno en mis proyectos, gracias por sus apoyos y espera. Y ruego para no decepcionarlos... Besos y abrazos.

P.D: Me retarde un poco más de lo esperado, porque tengo tres semanas sin internet y no tenía de donde publicar un nuevo trozo.
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Besos a Medianoche. Capítulo II. Parte I

¡Y por fin me digno a aparecer! Por cuestiones de estudio se me ha hecho todo muy complicado, ya que me encuentro en las últimas tres semanas de clases. Por esa razón no había podido publicar nada, mi agenda está hasta el tope con examenes y actividades... -No se imaginan cuanto deseo terminar todo esto y tener vacaciones-.



Quisiera agradecer, de todooo corazón, a quienes dejaron comentarios en el fragmento anterior y también a aquellas personas que se tomaron la dulce y adorable molestia de felicitarme. ¡Adoro a mis lectoras y lectores! ¡Sin su apoyo no podría vivir!









Capítulo II


Cinco años más tarde…
Nueva York, Estados Unidos.


—Entonces, imagino que la vida de casada te está sentando de maravilla, corazón.
Kirsten Shower en ese momento golpeteaba con uno de los lápices su cuaderno de anotaciones, mientras sentada frente a su escritorio, conversaba animosamente por teléfono. La risa elocuente y simpática de Francesca la hizo plenamente feliz, en especial por el hecho de que demostraba la dicha en la que se encontraba sumida.
—Un poco, tal vez —Cualquiera diría, por su tono de voz, que “un poco” no era suficiente para describir como se sentía.
—Tal vez debería casarme yo también —Susurró para sí misma mucho más que para Francesca, casi de manera pensativa.
—…Bueno… ¿De veras quieres casarte? —La voz de Francesca esta vez sonó algo contraída y en desacuerdo por su decisión. Frunció el ceño.
—Es un decir nada más, no es que vaya a hacerlo de verdad.
Se oyó un suspiro del otro lado de la línea.
—No tienes por qué hablarme como si estuvieras molesta, Kirs.
Suspirando dejó de jugar con el lápiz y se frotó ambos ojos.
—No, Fran, perdóname a mí, creo que… —Entonces aspiró el aroma del ambiente —. ¡Mierda!
—¡¿Qué?! —Se oyó la voz preocupada de Francesca desde el móvil.
—Luego te llamo.
Colgó rápidamente y corrió directamente a la cocina, para descubrir su bistec para la cena completamente rostizado. Tosiendo a causa del humo, maldijo para sus adentros mientras llenaba de agua la olla con la esperanza de que no se hubiese pegado hasta el punto de hacer imposible lavarla.
Gruñendo, se encaminó a la segunda habitación que había en el pequeño apartamento en uno de los edificios de Manhatann. Abrió la puerta de golpe y fulminante, clavó la vista en la cabeza castaña inclinada sobre una mini laptop… ¡No entendía como no se metía de una dentro de la computadora y así les quitaría un peso de encima a todos!
—¡Joder, Abigail! —Se acercó a ella para descubrir que tenía bien puestos los cascos con Nickelback a todo volumen, mientras su rostro era iluminado por la luz blanca de la pantalla de su computador a la vez que sus dedos se movían a toda velocidad sobre el teclado —…Debes estar de broma.
Con brusquedad le sacó uno de los audífonos, arrancándole un chillido de los labios.
—¡¿Por qué hiciste eso?! ¿No ves que duele? —Abigail alzó sus suaves ojos azules y la miró enfurruñada a través de unos anteojos con aumento, mientras se frotaba el oído del cual fue arrancado el cable.
—Sí. Por eso precisamente lo hice —Kirsten se cruzó de brazos —. ¿Quién se supone que debería estar al tanto de nuestra cena de hoy?
Abigail miró a ambos lados y luego rodó los ojos como si fuera lo más obvio del mundo.
—Yo, desde luego —Su afirmación se ganó un golpe en la cabeza por parte de Kirsten —. ¡Ay! Pero, Kirsten, ¿Qué te pasa hoy? Estás demasiado bruta conmigo.
—¿A que no adivinas lo que le ha pasado a nuestra comida?
Abigail parpadeó sin entender.
—¿Qué cosa?
Ella tuvo que contenerse con todas sus fuerzas y no azotar a su amiga y compañera de piso con todo lo que pudo.
—Se ha quemado —Dijo en un suspiro ya cansado. Abigail parpadeó unos instantes antes de soltar una exclamación y una palabra que definitivamente no era apta para menores.
—¿De nuevo? —Su amiga pareció sentirse cohibida y algo resignada —. Lo lamento, Kirs, no es mi intención dejar quemar nuestras comidas. Es solo que a veces me entretengo demasiado y pierdo el hilo del tiempo mientras escribo.
Hacía cerca de dos años que Kirsten se había mudado a un apartamento compartido, junto con una de las ex-miembros del cortejo de señoritas, Abigail Denton. Dentro de todas las que había conocido, ella sin duda alguna, era una de las que poseían al menos un poco de cordura y un cerebro completo.
Probablemente su única amiga dentro del circulo social. Y lo más importante de todo: ambas querían escapar de las casas de su familia.
Así que a los veinte, ya juntado el dinero suficiente para salir del alero familiar, ambas se mudaron a un pequeño apartamento doble en Manhattan en donde continuaron sus estudios. Kirsten en la rama de educación… Siempre había adorado a los niños, por lo que estuvo más que decidida a volverse profesora, aunque sus padres estaban aún en contra a pesar que ya ejercía su carrera desde hace un par de meses.
En cambio, Abigail, para su propia sorpresa había escogido entrar en la rama de literatura y letras. Y se le daba muy bien escribir… Incluso escribía libros paranormales bajo un seudónimo —He allí, el por qué no podía estar al tanto de su almuerzo—, libros que Kirsten engullía de pies a cabezas antes de que salieran a la venta.
—Ya olvídalo, pequeña rubia teñida —Apoyó una mano sobre el espaldar de la silla mientras se inclinaba e intentaba leer lo que estaba inscrito en la pantalla de la laptop descuidada de tanto uso que recibía —. ¿Cómo vas con eso?
Abigail llevó ambas manos a su cabeza, cubriéndose su cabello teñido de castaño oscuro. Según ella, decía que las rubias eran consideradas tontas y más aun si estas eran atractivas… Por lo que había descuidado su apariencia y se había tintado el cabello apenas se habían mudado juntas. Incluso, se había puesto más rellenita en lugar de la delgada y bien formada silueta que poseía con anterioridad.
Ella volvió a clavar la vista en la pantalla, siguiendo la mirada de Kirsten, pero no tardó nada en suspirar cansada.
—Patético. He rehecho el manuscrito tres veces, y siento que volverán a rechazarlo en cuanto se lo lleve a mi editor —Enterró la cabeza entre ambas manos con desesperación. Gesto que compadeció a Kirsten. Había visto como se dormía a las cinco de la madrugada, para levantarse a las ocho a seguir escribiendo… Desde su punto de vista, ser escritor no era la profesión más sencilla del mundo.
Se situó tras ella y comenzó a masajearle los músculos adoloridos y tensados de la espalda. Abigail gimió gustosa relajándose.
—¡Oh, Kirs! Eres un sol… —Casi podía oírse su voz sollozante de felicidad, por lo que Kirs contuvo una risa.
—Te lo mereces, Abby… Aunque no debería después de que hayas dejado quemar la cena.
—Llevamos dos años viviendo juntas, deberías ya saber que es imposible dejar la comida a mis manos.
Buen punto.
—Venga —Dejó de masajearle el lugar donde se acumulaba la tensión de Abby —. Mueve tu trasero de esa silla y busquemos algo aceptable para cenar.
Se oyó un pequeño quejido de Abigail quien se frotaba el trasero con ambas manos haciendo una mueca.
—Me duelen lugares que no sabía ni que existían.
…¿Debía reírse por eso?... No. Probablemente no era buena idea.
—¿Has pensado alguna vez tomarte unos meses de descanso? —Preguntó casi por inercia, puesto que ya sabía perfectamente la respuesta que obtendría. Abigail negó con la cabeza mientras suspiraba.
—Es mi único ingreso económico, no puedo darme el privilegio de descansar mientras necesito dinero —A diferencia de los padres de Kirsten, los de Abby se mostraron sumamente hostiles con la idea de que su única hija dejara el lecho materno para independizarse, por lo que se le fue negada la protección de sus padres mientras cursaba la universidad.
Muchas veces Kirsten se había ofrecido a prestarle ayuda, pero Abigail se negaba rotundamente alegando que ella sola debía saber llevar las consecuencias de sus acciones.
Charlando pacíficamente, se tomaron del brazo mientras se encaminaban a la pequeña pero acogedora cocina de su alegre y agradable apartamento. Aunque no era muy grande, su hogar contaba con lo indispensable para vivir: poseía dos habitaciones y un baño que le tocaba compartir con Abigail —La cual siempre se quejaba en las mañanas, cuando Kirsten duraba dos horas encerrada en él para ducharse y arreglarse—, una sala de estar bastante atractiva para las horas de descanso, una cocina y un balcón que daba una preciosa vista nocturna de la ciudad al estar en un piso bastante alto. Kirsten definitivamente, nunca hubiese cambiado ese lugar por nada más.
Al principio habían pagado un aceptable alquiler, que probablemente era un poco más económico de lo que había pensado en un principio, tratándose de una de las mejores zonas en Manhattan. Sus padres se escandalizaron con la idea de que tomara impulso por su cuenta y por el dinero que había mantenido ahorrado desde sus quince años, pero lo que más deseaba Kirsten en su vida era lograr independizarse y hacer lo que ella deseaba hacer con su vida… Y por lo visto, sus padres —Aunque a regañadientes—, supieron aceptar sus decisiones y acabaron por apoyarla en todo lo que necesitara mientras estudiaba y trabajaba a medio tiempo como ayudante de una profesora.
Luego de todo un año viviendo en ese lugar, ella y Abby habían decidido que era una muy buena idea comprarlo.
Y desde entonces su apartamento era un verdadero santuario. Aunque su compañera de piso tenía un significado totalmente distinto al de ella respecto a ese lugar. Abigail, para su sorpresa en cuanto habían comenzado a vivir juntas, era el tipo de chica que prefería evitar contacto social. Solo salía para sus clases en la universidad, para presentar exámenes y cuando le tocaba llevar un manuscrito con su editor… Pero de resto, se negaba a salir.
Por ese detalle a Kirsten le tocaba siempre hacer la compra y ocuparse de cosas que involucraran la luz del sol sobre el cuerpo. Nunca venían compañeras de estudios, y nunca le había conocido algún novio o pareja.
Y encima la última vez que la había invitado con todas sus ganas a salir juntas con un grupo de amigos, la respuesta de Abby vino seca y afilada:
—No estoy interesada —Había dicho a la vez que se colocaba sus audífonos con Nirvana
[1] a todo volumen, mientras continuaba tomando notas con expresión fría en un cuaderno. Y mientras los acordes de Where did you sleep last night?[2], resonaban entre el silencio de la habitación, Kirsten no creía que pudiera haber más hielo entre ambas.
Desde entonces, queriendo evitar la tensión en el ambiente, Kirs se había abstenido de invitarla —también— a algún lugar donde hubiera personas. Abigail era una solitaria nata.
Diferente a la chica que había conocido durante el cortejo de señoritas cuando tenía diecisiete. No sabía si siempre había sido de esa manera o si algo le había sucedido antes de que decidieran, entre ambas, escapar del alero familiar y tomar riendas de sus vidas. Y lo que nos lleva precisamente al día a día, como hoy por ejemplo, en donde Abby dejaba quemar alguna de sus comidas y no les quedaba de otra que llenar sus estómagos con cualquier cosa que encontraran en la alacena o en el refrigerador.
Mientras se reían, ambas decidieron al rato que cenarían algún embutido. Al parecer había sido costumbre que a mediados de la semana, sus cenas eran enlatados o embutidos.
Suspirando, Kirsten se sentó en la mesa pensando que le restaba por hacer en lo que quedaba de día. O noche si pensaba en las horas.







[1] Famoso grupo estadounidense de genero rock alternativo de los años 1987-1994.
[2] Canción estadounidense del año 1870, cuyo autor es desconocido. (N.A: Abigail escucha la versión interpretada por Nirvana)
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Bitacora, 10/05/2011

Imagino la cara de estupefacción de la mayoría de los lectores. Esta entrada es para narrar un poco sobre mi día y mi semana.
Hoy, Diez de mayo del año dos mil once, esta señorita se encuentra cumpliendo exactamente diescisiete años de vida... Unos no muy ansiados diescisiete años. Cada vez que lo pienso, me doy cuenta y me percato de lo rápido que transcurren los años y el tiempo; en un parpadeo a decir verdad.
Mi primera historia, Sueños de Hielo la escribí cuando tenía catorce años aún. Y Oscura Inocencia, la terminé en Agosto, dos meses después de haber cumplido los quince años. Hace casi dos años de aquello... Increíble. Nunca imaginé que podría consumirse el tiempo tan rápido y cuando lo pienso, me doy cuenta de que en parte hubieron momentos en mi vida que me privaron y me hicieron perder el tiempo que dedicaba a mi escritura y alimento de mis conocimientos en cuanto a lectura.
Estoy retrasadisima en cuanto a la culminación de historias que tienen mucho más de un año de producción.
Bueno, no sé que decir de mi semana... Estuve estudiando muchisimo, ¡No tienen idea de cuanto! Porque para poder graduarme de bachillerato, necesito aprobar matemática con un mínimo de trece puntos. Y pues, por eso llevo estudiando desde hace un tiempo para el examén que se realizó el día de hoy... Y ¿adivinen qué? Creo que salí mal, a pesar de haber estudiado muchisimo.
En fín, ahora mismo mi vida está patas arriba. Estoy todos los días cargada de estres.
Además de estar trabajando en la serie de los condenados y la serie de los secretos del corazón. Tengo unas historias independientes por terminar y he comenzado con dos proyectos alternos de Novelas Visuales (Click para saber que son) del genero otome game/Simulador de citas para chicas cuyos progresos comenzaré a publicar aquí en el blog dentro de poco.

Bueno... Mi cumpleaños la estoy pasando dentro de la oficina de mi tía, así que imaginense de que animos estoy.

Me despido, entonces, aunque no fue una entrada muy productiva ¿A que no?

P.D: La publicación del siguiente capítulo de Besos a Medianoche, será este fin de semana como mucho. Aún tengo que adelantar un poco.
Muchas gracias, por todos sus comentarios, me animan la vida<3 =)
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Besos a Medianoche. Capítulo I. Parte II





—¡Kirs! —El sonido de una voz alegre y llena de inocencia le arrancó una sonrisa satisfecha de los labios, antes de caminar y recibir el enorme abrazo por parte de una joven de doce años.
—¿Cómo te encuentras, Bidgette? —Los enormes ojos acaramelados de ella brillaron impacientes y llenos de júbilo mientras giraba sobre sí misma, mostrándole a Kirsten gustosa su suave vestido color rosa pálido, cosido a mano por parte de su abuela.
—Por supuesto, estoy bien ¿que no lo ves? —Preguntó energizada y enfurruñada por la pregunta. Pero aún así, Kirsten Shower, una hermosa joven de cabellos rojizos y penetrantes ojos azules, en sus contados diecisiete años; no pudo evitar notar que el rostro de su prima, Bridgette O’Connor se veía algo más pálido de lo usual, incluso más que desde la última vez que se habían visto.
—Si, claro, fue estúpido de mi parte preguntar —Sonrió falsamente.
—Bridgette ¿Por qué no vas a preparar un poco de té?
La voz llana y seca de su tía la tomó por sorpresa causándole una gran impresión. No le tomó mucho analizar la situación que fue comprobada en el instante en que los pasos de Bridgette resonaron por la habitación hasta perderse tras el arco de la puerta que daba hacia la alejada cocina.
Kirsten parpadeó mientras se sentaba en uno de los muebles.
Su madre y su tía eran hermanas, ambas nacidas de una humilde familia de comerciantes pero que a través de los años habían recibido una amplia y completa educación que las convirtió en un par de respetuosas señoras.
Los cabellos de su tía, cortados modernamente, poseían un vibrante tono rojizo, que delataba perfectamente su parentesco; y sus ojos eran enormes y expresivos de un tono verde prado, que la hacía ver mucho menor de lo que parecía. A pesar de tener casi cuarenta años, su rostro se encontraba libre de arrugas que delataran su ya avanzada edad. Vestía delicadamente con una ligera blusa rosada y una falda a juego que se hondeaba a sus pies mientras avanzaba y tomaba asiento frente a ella.
A diferencia de su madre —Un poco mayor que su tía—, en lugar de haber contraído matrimonio con un rico heredero, había tomado preferencia a la idea de formar una familia normal y libre de privilegios.
Muchas veces, Kirsten llegaba a preguntarse si no hubiese sido más feliz perteneciendo a una familia promedio que a ser la multimillonaria heredera de una compañía.
—¿Qué ha dicho el doctor, tía Anna? —Su voz salió mucho más aguda de lo esperado y sus ojos revolotearon a su alrededor esperando a que su valiosa y preciosa prima no escuchara sus palabras.
Sin poderlo evitar, su tía soltó un amargado y triste sollozo que causó conmoción en ella misma. Con los ojos abiertos de par en par, Kirsten no sabía si debía levantarse y consolarla, o simplemente guardar las distancias y dejarla sumergirse en sí misma. Había veces en las que era preferible llorar sola que acompañada… Eso ella lo sabía perfectamente.
—…Es…—Su voz era cortada por los sollozos, pero su tía logró obtener fuerzas desde algún lugar de su interior como para hacer frente a lo que estaba a punto de decir —…Tiene leucemia.
En ese momento soltó todo el aire que sus pulmones habían estado reteniendo en espera de la noticia y observó fijamente al suelo.
De un tiempo hacia acá, Bridgette había comenzado a presentar síntomas extraños. Como siempre había sido anémica, desde que Kirsten tenía memoria, entonces no le habían dado mucho de que pensar. Pero como había empeorado enormemente, su tía la había llevado al médico justo esa misma mañana con intenciones de comprobar que le sucedía a su pobre y única hija.
…Solo para descubrir esto.
—¿Lo has hablado con ella, tía? ¿Lo sabe? —Al ver que su tía negaba con la cabeza, Kirsten se llevó una mano a la cara sintiéndose impotente.
—Planeábamos decírselo esta noche —Anna se secó las lágrimas con los dedos de las manos —, pero no deseo hacerlo sin que Karl esté con nosotras. Después que lo he llamado y le he contado lo que dijo el médico, me prometió que se regresaría esta misma tarde de su viaje de negocios.
Kirsten estuvo a punto de hablar, cuando en la cocina se oyó el sonido de platos caerse y romperse en el suelo.
—¡Mamá! —La voz Bridgette inundada por el terror se oyó como eco en la sala e hizo que ambas, tanto su tía como ella, se levantarán de golpe y corrieran a la cocina.
Jamás en su vida, una visión la había asustado y dolido tanto como esa.
Bridgette estaba en el suelo, intentando sostenerse con los bordes de uno de los mesones de la cocina, mientras que con su mano libre se cubría la boca sin lograr dejar de toser; en el suelo se veían los restos de unas gotas de roja sangre que sin duda alguna eran de su prima.
Apresurándose a caminar, entre ambas, levantaron a Bridgette con preocupación para dirigirse al automóvil y de allí al hospital más cercano.

***

Esa misma noche, Kirsten se miraba dolida en el espejo de su habitación mientras dejaba a su madre arreglarle el cabello en una agradable y solida coleta alta.
—Brid está en el hospital, mamá —Dijo, aunque su madre lo sabía perfectamente —. ¿No crees que sería mejor dejarlo por hoy aunque sea? No es lo correcto que fuéramos a esa fiesta estando tía en el hospital con ella.
Su madre suspiró cansada. Había escuchado la misma replica una y otra vez. Kirsten se había pasado la tarde completa en el hospital con su prima recién ingresada. La había visto sollozar con desconsuelo, mientras su tía lloraba a su lado al oír el informe del médico.
La leucemia se propagaba con rapidez para tratarse del cuerpo de una chica anteriormente sana de doce años.
Había querido llorar ella también, pero pensó que no tenía significado amargarles más la existencia a su tía y a su prima, por lo que en lugar de ahogarse en sus propias lágrimas sintiéndose triste y angustiada, les prometió a ambas que todo saldría bien y que Bridgette podría curarse. Pero las tres sabían que eso no era verdad.
Una enfermedad mortal e incurable. Eso era de lo que se trataba la leucemia.
Pero había una manera de controlarla y por eso es que Kirsten no había perdido las esperanzas aun.
—Tu tía está bien. Tu tío Karl ha llegado a hacerle compañía desde hace horas —Kirsten gimió en cuanto su madre tensó aun más sublimemente sus cabellos —. Además, no puedo decirle que no a la Señora Worth a última hora, sería una falta muy grave y desconsiderada de nuestra parte.
Siempre la apariencia antes que su familia. Así era su madre.
Cansada ya de replicar por sus ganas de no ir, y con los ojos rojos a causa de las lágrimas contenidas, Kirsten se quedó callada mientras su madre terminaba de arreglarla. Era preferible así a seguir oyendo sus palabras carentes sin sentimiento. Ya deseaba irse a la universidad para así tener que librarse de obligarse a hacer todo lo que su madre quería sin darle tiempo a negarse siquiera.
Les tomó exactamente media hora estar listas, y sin perder ni un minuto más partieron a la mansión donde se efectuaría la fiesta.
Llegaron justo a tiempo —Eso sería una a dos horas después de la hora pautada— y mientras entraba sumida en sus pensamientos hacia el salón, Kirs notó el grupo de jóvenes del cortejo social reunidas en una esquina parloteando sin cesar y riéndose probablemente de cosas sumamente banales.
Suspiró con cansancio mientras la expresión de su rostro se reducía a una triste mueca de resignación.
—¡Kirsten! —Exclamó su madre en un susurro —. ¡Quita esa cara ahora mismo! ¿Qué dirán las personas de ti? Que estas siendo obligada a ir a un lugar que no quieres, eso dirán —Lo que no estaba muy lejos de la realidad a decir verdad. Pero se abstuvo de abrir la boca y comentar sus pensamientos, y en su lugar simplemente se arremolinó las faldas y echó a caminar silenciosamente hacia donde se encontraban las otras jóvenes del cortejo de señoritas.
Que absurdo, tener que estar en un lugar así. ¿Para qué deseaba ella ser reconocida en la sociedad? ¿Por qué razón tenía que hacer cosas tan estúpidas como estas?
Probablemente, si Francesca estuviera aquí no la pasaría tan mal teniendo que fingir sonrisas y una personalidad encantadora. Por el contrario, probablemente estarían ambas en una esquina desternillándose de la risa por alguna broma pesada o travesura que hubiesen hecho.
Pero Francesca no estaba allí y Kirsten tenía que afrontar a los dragones escupe fuego de frente y sola.
Quizás el único consuelo de la noche era que sabía que bien entradas las doce, haría acto de presencia la imponente figura de Alexander Night. Con sus fabulosos y despeinados cabellos color castaño y aquellos misteriosos y fantasiosos ojos color azul… ¿O eran verdes? Nunca había estado segura del color, puesto que cada vez que lograba fijar la vista en sus ojos, estos se veían diferentes a la vez anterior.
Imaginó su alta y elegante figura enfundada en un traje negro noche y esa seductora y sensual voz deslizándose por sus oídos y atrapando su mente, llevándola a algún lugar secreto y excitante que solo compartían en sus más íntimos sueños.
Sus pensamientos sobre él siempre viajaban a un lugar donde no deberían ir. Por lo menos no los pensamientos de una joven que apenas e iba a cumplir sus diecisiete años. Debería comenzar a buscar con la mirada un lugar donde arrinconarse para poder observarlo bien esta noche… Después de aquel accidente en donde había terminado en sus brazos, se atrevía aun menos a poner un pie cerca de él por miedo a otro rechazo.
—Kirsten —Una de las jóvenes del cortejo, una alta y bien formada rubia con esplendidos ojos azules y cuerpo de modelo, la saludó con una sonrisa. Había chicas bastante atractivas como también había chicas simplonas y superficiales. Pero Abigail Denton, poseía un aura simpática y el atractivo perfecto como para convertirla en una beldad —. ¿Te has enterado?
Las expresiones de las tres chicas del consejo databan de la sorpresa y las ganas de cotillear. Pensando que no le había agregado el que era lo que estaban hablando, supuso que esperaban una respuesta en particular.
—No, ¿Qué cosa? —Preguntó parpadeando y situándose al lado de Abigail, quien miraba a ambos lados asegurándose que nadie oyera el tema que estaban tratando.
—Mi padre es uno de los socios de las empresas de Alexander Night ¿Sabes? Y esta tarde, pasando por su oficina me enteré de ciertas cosas —Era un habito de Abigail cotillear tras las puertas, probablemente ese era el único defecto que poseía esa hermosa joven —. Al parecer, el señor Night se ha ido esta mañana de Nueva York a Australia, sin razón aparente y por tiempo indefinido.
Y por segunda vez en el día… Pasando por el shock de la confesión, Kirsten se desmoronó nuevamente. Pero esta vez, pasó toda la velada en el baño de los Worth llorando por la sensación amarga de abandono y el corazón hecho pedazos.




NOTA DE LA AUTORA: Primero que nada, me encantaria agradecer con todo el corazón a todos aquellos lectores que se tomaron la molestia de dejarme comentarios en el capítulo anterior. También a aquellos que leyeron pero que no comentaron. Es agradable para mí, saber que de alguna manera me leen y tal vez les gusta lo que escribo.

Pero, quiero que sepan, que es muy importante para mí el apoyo de los lectores y sus opiniones a la hora de escribir. Simplemente, por qué me gusta saber si voy bien o voy mal a medida que avanza la historia... SI voy por el buen camino o si le hace falta algo. Además de eso que me hace tener ganas de continuar la historia cuando leo algún comentario.

Por eso... Quiero que sepan, que aunque no es algo obligatorio, mientras más comentarios y opiniones reciba más rapido habrá una actualización con un nuevo capítulo (Me parece que eso sonó mucho a soborno... jajaja) Pero no es obligatorio, como ya dice. Deja un comentario la persona que siente ganas de expresar al autor su apoyo y que le agrada darle animos al escritor... A todas esas personas que me apoyan y me dan animos con sus comentarios y mensajes (Por qué también recibo mensajes a mi e-mail y los contesto cuando tengo tiempo). A todos, muchisimas gracias.


Antonella Pizzi.
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Besos a Medianoche. Capítulo I. Parte I


Capítulo I. Parte I.

Alex rellenó la copa con vino clásico francés, no lograba calcular cuánto había tomado. Sus verdes ojos, cerca de verse azulados, se hallaban entrecerrados pensativamente y clavados en la nada. Se encaminó hasta quedar al frente del escritorio de fina madera pulida y luego se dejó caer en silencio sobre el mobiliario. Planificaba con lentitud las decisiones que estaba dispuesto a tomar y a efectuar mientras los rastros de su pasado se filtraban en su cabeza, a pesar de que se negaba a recordar nada de su vida antes de convertirse en vampiro. Alexander Night no estaba hecho para tener compañera. No había nacido con la intención de atarse a una mujer. Y sobre todo, se negaba a causar más muertes y sufrimientos.

—Mi señor, tiene visitas —La voz de su mayordomo hizo que saltara de su silla y derramara cierto contenido de la copa de vino en la alfombra. Su sirviente arqueó una ceja por la falta de compostura que nunca antes había vislumbrado en su amo.

—¿Por qué no has tocado la puerta, Theo? —Su mayordomo parpadeó unas cuantas veces.

—Mi señor, no es por contradecirle, pero toqué la puerta aproximadamente cinco veces. Usted no contestó por lo que me preocupé y por esa razón entré sin su aprobación.

Alexander apretó los labios, había estado tan sumido en sus pensamientos sobre Kirsten y lo que haría de ahora en adelante para separarse de ella, que no había notado lo que acontecía a su alrededor. Las compañeras volvían estúpidos a los hombres.

—¿Quién podría ser a estas horas? —Preguntó, observando como el reloj marcaba las cuatro. Nunca había nadie que lo visitara antes de las siete de la noche y que esta fuera la primera vez que alguien venia a su casa a horas de la tarde, le hacía fruncir el ceño. Desde la noche anterior, cuando había llegado del pequeño interludio en la habitación de Kirsten llevaba encerrado en su estudio privado, le molestaba que alguien hubiese interrumpido sus momentos de meditación.

—Dice ser la señorita Francesca Agnes.

Alex abrió los ojos de par en par y luego se enderezó.

—Hágale pasar.

Su mayordomo inclinó la cabeza y luego salió por la puerta dejándolo totalmente solo.

Su estudio estaba compuesto por varios muebles de madera oscura y una pequeña mesa de café entre los muebles. En una esquina se hallaba su escritorio con la silla de tapizado de cuero; en la pared había una pequeña estantería con algunos libros que tenia pautado leer, la mayoría eran de poesía y acostumbraba a cambiarlos por otros de la biblioteca que se hallaba en la otra habitación. Un mini bar con distintos tipos de licores y vinos estaba aferrado a la pared al lado de la puerta.

Movió el cuello en forma circular con intenciones de aliviar la tensión de sus músculos.

La puerta se abrió de nuevo y apareció la figura de Theo, seguida por la menuda y delgada silueta de la compañera de Blasius Nortton.

Era delicada y no muy alta. Sus cabellos castaños caían en preciosos tirabuzones hasta la cintura, a pesar de llevarlos sujetos en una cola alta cerca de la coronilla. Sus ojos eran dos enormes pozos, de un tono chocolate, cálidos, mimosos e inocentes en su mayor parte. Tenía el rostro levemente redondeado y mejillas siempre coloreadas de un rosa pálido. Los labios eran perfectos, el de abajo quizás algo más grande que el de arriba, pero esa diferencia solo llegaba a ser atractiva. Su cuerpo estaba vestido con el uniforme de su instituto; la falda de cuadros escoceses le llegaba casi hasta las rodillas y el saco azul marino estaba colgando en su brazo izquierdo.

Era una chica joven y demasiado bonita. Tal vez no hermosa, pero definitivamente muy mona.

—Pequeña Fran, es todo un honor para mí tenerte aquí visitando mi humilde hogar.

Ella rodó los ojos pero igual una pequeña sonrisa adornó encantadoramente sus labios.

—Esta casa, de humilde no tiene absolutamente nada —Le dijo casi con una risa imperceptible.

—Pues te aseguro, querida, que no es para nada tan impotente como la mansión de tu apuesto caballero.

Ahora sí, ella rió estruendosamente, arrancándole una sonrisa. Había algo en esa pequeña chica que causaba un enternecedor sentimiento de fraternidad en su pecho.

—Estoy casi segura, que Blas se moriría si te oyera llamarle “apuesto caballero” —Francesca se aproximó al mueble al frente de donde se encontraba sentado —Con su permiso, entonces, me sentaré.

—Oh, desde luego, disculpa mis malos modales. Ella deslizó sus manos por la falda mientras se sentaba en el sillón, luego llevó ambas manos hacia sus rodillas y las dejó descansar allí. Alex ladeó discretamente el rostro ­—¿A qué se debe tu encantadora presencia?

Francesca observó el suelo con sumo interés y con una pequeña y tímida sonrisa en su cara.

—Por lo que sé, eres uno de los vampiros más viejos —Afirmó, mordiéndose el labio inferior. Eso era cierto, él era el sexto vampiro más viejo… Con alrededor de mil años de vigencia.

—¿De qué podría servirte esa información, Francesca?

—Tengo que hacerte una pregunta, más bien una inquietud que creo eres el único con el que puedo tratarla —Los ojos de ella revolotearon alrededor de la habitación, buscando clavarlos en cualquier parte menos en donde él se encontraba —Si me convierto en vampiro como tú, eso significa tener que separarme de todos los que conozco ¿Cierto? En cuanto noten que he dejado de envejecer… Tendré que dejar mis seres queridos de por vida.

La respiración de Alex se ofuscó. El silencio hizo presencia en la sala, solo el sonido del reloj de pared negro, que se hallaba junto a la ventana, era lo único que se atrevía a romper el momento en el que él y Francesca se abstuvieron de hablar. Alexander se dedicó en ese instante a hacer algo bastante interesante, quizás no para Francesca, pero desde luego que sí, para él mismo. Se levantó del asiento y se dirigió al mini bar, caminando lentamente intentando ocultar su repentina frustración.

Tomó uno de los vasos y abrió casi con desesperación la botella de whisky. Llenó el vaso hasta llegar casi a los bordes y llevándolo a sus labios, ingirió todo el contenido de un solo trago. Sintió ese similar escozor en su garganta y luego su estomago… Para después no sentir más nada que un carente y pobre vacio en su ser. Los ojos de Francesca lo observaban fijamente, parpadeando con sorpresa ante su actuación.

La chica se llevó un mechón de cabello castaño, que había escapado de su cola, detrás de su oreja.

—¿No es malo que tomé de esa forma el licor? Me refiero… ¿No sería algo peligroso? —Preguntó observándolo con algo de interés, entremezclado con una fría y detallada preocupación.

Alex simplemente rellenó de nuevo el vaso, y volvió a llevarlo a sus labios, esta vez tomándolo mas lentamente y con suavidad.

—Soy inmortal —Lo dijo como si se tratara de una mera novedad —Cambié parte de mi experiencia de vida por la habilidad de ingerir comida y tomar bebidas. Pero aun así, estas no interfieren con el funcionamiento de mi organismo… Para mí tomar cien cajas de alcohol, se trata de lo mismo como si un humano tomara una botella de agua.

Los ojos de ella rodaron mientras boqueaba por el dato.

—Guau… —Susurró —…Eso es el sueño de todo alcohólico.

Alex carraspeó.

—Si, claro —Tomó otro trago de su bebida.

Francesca sonrió dulcemente.

—Me parece algo muy humano de tu parte, haber escogido algo así.

Ciertamente, lo fue. Sus ojos se oscurecieron con dolor… Sentimiento que se obligó a sí mismo a ocultar, cerrando los parpados unos instantes mientras caminaba hasta alcanzar la ventana. Lentamente, el sol se ocultaba tras el horizonte.

—Hay veces, querida Francesca, en que algunos vampiros, después de obtener la inmortalidad ansiada por muchos, solo desean volver a aquella época en la que eran humanos. Un deseo idiota e imposible de cumplir totalmente… Esos vampiros son simples monstruos con almas demasiado humanizadas —Dejó el vaso sobre el estante del mini bar. Francesca observó el vaso que había quedado solitario sobre la mesa, sus ojos estaban llenos de compasión y aunque no lo quisiera, eso solo lo enojaba. No le gustaba que sintieran compasión por él, simplemente el pensamiento lo molestaba con todas sus fuerzas.

—¿Te consideras a ti mismo un monstruo, Alexander?

Mientras caminaba despacio a través de la pequeña y concurrida habitación, sus palabras le sentaron como un balde de agua fría. La compañera de Blasius Nortton, podría parecer la viva imagen de la inocencia, pero su astucia superaba con creces todo lo que Alex había supuesto. Se detuvo y la observó sobre su hombro, mientras la oscuridad del atardecer, llenaba lentamente la estancia.

—¿Por qué estás tan interesada en ese tipo de cosas, Francesca? —Preguntó con expresión cautelosa y cansada. Cuando se sentía de ese modo, solía verse mucho más mayor de lo que su apariencia vampírica delataba.

Ella se levantó de su asiento y alisó nuevamente su falda, mientras tomaba el maletín que se hallaba recostado cerca de donde había estado. Su expresión facial, era una máscara fría que no dejaba mostrar lo que pensaba o sentía. Esa mujer, podría llegar a sorprender a más de uno si se daba la oportunidad.

—Sólo... —Comenzó antes de suspirar y detenerse a su lado, para mirarlo fijamente —…No hagas algo de lo que puedas arrepentirte después ¿Vale? Hay personas aquí a las que les importas. No lo olvides.

Sin agregar nada más, simplemente continuó caminando hasta salir por la puerta del sencillo despacho.

Y Alexander permaneció allí de pie, observando a la nada, sintiendo la furia crecer en su interior de tal forma que dejó escapar un grito lleno de odio mientras se aproximaba a la pequeña mesa de centro y la levantaba con fuerza para luego dejarla caer en el suelo nuevamente, derribando todo su contenido y esparciéndolo sobre la fina alfombra beige traída de uno de sus viajes a Escocia.

Maldijo para sus adentros al oír el sonido de los cristales rompiéndose y como el sutil aroma a licor se extendía a su alrededor. Pasando ambas manos por entre sus cabellos castaños, se sentó de golpe en el mueble sintiéndose más sólo que nunca.

—Habla como si lo supiera todo… —Recostó el cuello contra el acolchado arco del espaldar y cerró los ojos luego de permanecer un buen rato mirando fijamente el techo. No había nada que lo atara a esa ciudad, ni a ese país. O eso era lo que se decía a sí mismo en lo más profundo de su mente.

Abrió los ojos de nuevo, sintiéndose pesado y descompuesto; no podía evitar sentirse de esa vil manera, ahogándose en sus propios y duramente autodestructivos pensamientos. A tientas, buscó su móvil, que había dejado caer descuidadamente sobre el mueble a su lado, y sin pensarlo, marcó el número de uno de los vampiros que más se había ganado su respeto a través de los años. Quizás en quien más confiaba luego de su estrecha amistad con Blasius Nortton.

—Dispara —La voz masculina al otro lado del teléfono, respondió enfurruñada y molesta luego de dos timbrazos. Sin poder evitarlo, una sonrisa se le escapó de los labios.

—¿Te he despertado, bella durmiente? —Preguntó en un tono burlón, ganándose otro gruñido por parte del vampiro.

—Habla de una buena vez, antes de que me arrepienta de no acabar con tu miserable existencia.

—Joder, pareces salido de una historieta de superhéroes, Ethan, pero tú eres el villano —Soltó con intenciones de hacerlo rabiar un poco más. No sabía porque encontraba cierto placer en molestar a ese vampiro —¿Cómo te encuentras?

—Vendería mi alma a algún demonio, si tan solo pudiera volver a ser diurno nuevamente —Se oyó un bostezo por parte de Ethan Rumsfeld, un vampiro joven, pero demasiado temido por todos los seres sobrenaturales que conocían su existencia.

Los vampiros, a medida que pasaba el tiempo reunían alguna especie de magia llamada “experiencia” –Aún no lo tenía del todo claro–, y esta magia podría ser cambiada por una habilidad especial, cómo obtener poder, fuerza, o elegir algo mucho más humano; ser capaz de probar el sabor de la comida nuevamente, o tener la capacidad de caminar bajo el sol. Ethan, a pesar de no tener más de ciento cincuenta años, tenía la experiencia suficiente como para canjearla por poderes impresionantes. Nadie sabía porque… Pero había algo antiguo a la vez que poderoso y oscuro en él.

—¿Por qué no cambias un poco de tu experiencia por la posibilidad de caminar bajo el sol? Sabes que tienes como conseguirlo —Peguntó, mientras clavaba la vista en el techo y analizaba con cuidado las suaves grietas producidas en él. Tendría que mandar a repararlo alguna vez, ¿Cómo no lo había notado antes?

—Es derroche de tiempo y energía —Dijo Ethan del otro lado de la línea —. No me serviría de nada. Prefiero obtener poderes que puedan ayudarme y serme útiles —No le extrañaba en nada su banal respuesta —. Y bien… ¿Para qué llamabas?

—¿No crees que te he llamado para saber tu estado de salud? —Fingió lo más que pudo una voz sentimentalmente herida.

—No —Sonó la seca respuesta en sus oídos haciéndolo sonreír —. Tú no eres del que llama para preguntar como estoy… O lo haces porque estás muy aburrido y no sabes a quién más amargarle el día, o es que tienes algo importante que decirme. La astucia de Ethan, lo sorprendía a veces.

—La verdad… —Su sonrisa se borró lentamente sintiéndose vencido —. Estoy pensando en irme un tiempo de la ciudad. Se levantó del asiento y se hizo paso entre el pequeño despacho, hasta llegar y alcanzar el enorme ventanal en posición diagonal hacia la puerta. Movió un poco las cortinas, solo lo suficiente como para ser capaz de asomar su rostro y clavar ambos ojos en la luna que ya estaba en su máximo punto… ¿Cuán rápido podría hacerse de noche, una tarde de invierno? Al no oír respuesta del otro lado, delataba que Ethan esperaba a que continuara con sus palabras. —¿Te gustaría acompañarme un tiempo a Australia?
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Serie Los Condenados. 3ero. Besos a Medianoche (Prólogo)




Título: Besos a Medianoche
Género: Fantasía, Romance, Paranormal, Vampiros.
Serie: Los Condenados. 3er libro.
Sinopsis: ------ (Sí, no posee sinopsis por ahora)
Notas: Historia paralela a la de Connor y Ellie, por lo tanto pueden leerla tranquilamente.



Prólogo


Nueva York, Estados Unidos.


Nostalgia. Ese sentimiento tan adyacente provocaba sinceras ganas de vomitar en el estomago de Alexander Night, mientras caminaba lentamente por el pasillo y hacía a un lado los ingratos recuerdos que se apoderaban lentamente de su mente.
Mil quinientos años rondando en la tierra, solo causaban estragos en una persona. En especial en él que se sentía repentinamente insuficiente en medio de tantas paredes y el oscuro lugar.
Me pregunto, como es que he logrado vivir durante tanto tiempo sin acabar matándome.
Una incógnita que nunca se había logrado responder a sí mismo. La soledad era palpable y el silencio hacía horrorosos ecos dentro de la mansión Night en las calles más lujosas de todo Nueva York. ¿Por qué razón con todo lo que había logrado sentía que no era suficiente para llenar el vacío en su pecho donde se suponía que cuando era humano estaba su corazón?
Apretó la mandíbula al sentir las ansias que lo recorrían desde hace una semana. A la mierda con ello.
Blas y Francesca habían logrado estar juntos después de todos los problemas ocasionados. Blas, le había asegurado que esperaría hasta el vigésimo tercer cumpleaños de Francesca para convertirla en vampiresa.
Y él, idiotamente, y por un estúpido descuido se había encontrado con su compañera.
No es como si se pudiera evitar, pero Alex había tenido la dichosa esperanza de que tal encuentro nunca tuviera acontecimiento en el tiempo. No necesitaba una mujer a la que cuidar. No necesitaba a nadie que le hiciera compañía.
Mentiroso…
Solo era un vil mentiroso, con la esperanza de engañarse a sí mismo. La soledad estresante se hacía paso en él lentamente y refugiarse constantemente en los brazos de distintas mujeres no lograba calmar su sed de compañía. Entonces había logrado hacer buenas migas con Blasius Nortton. Y cuando no soportaba la soledad del lugar y no sentía muchas ganas de correr tras una falda, pues simplemente quedaban de verse… Pero Blasius había encontrado una mujer con la que compartir su vida y su hogar, y lamentablemente esto hacía que la existencia de Alex solo se relegara a pasar el rato con mujeres que no dudaban en compartir su cuerpo con él.
Dejó de caminar tan rápidamente, que incluso se encontró sorprendiéndose a sí mismo. Recostó su espalda de la pared del pasillo que estaba tapizada de un lujoso rojo sangre con detalles dorados.
Cerró los ojos y suspiró.
Kirsten Shower. Kirsten. Kirsten. Kirsten.
No había ninguna necesidad de preguntarse en donde estaba su mente en ese momento. Solo en ella, solo podía pensar en ella. Deseaba verla… Deseaba dolorosamente rozar los dedos con la pálida y suave piel de su mejilla.
Un deseo imposible. No iba a arrastrarla al sufrimiento de ser un vampiro, no se permitiría a si mismo que ella llorara por su culpa y que viviera sumida en la desdicha de estar a su lado. De vincularse a él.
No había nada peor que unirse a una persona a la que no amas. Y pensar que ella nunca amaría a un monstruo como lo que era, encogía su corazón y le hacía sentir una enorme impotencia.
Aguantó la respiración.
Necesito verla… Solo una vez más.
Solo una vez y podría vivir tranquilamente, podría irse y morir en paz con ella en su memoria.
Contra todo pronóstico y antes de poder pensarlo con mucho más calma, se encontró teletransportandose a la enorme casona perteneciente a los Shower. El jardín era amplio y perfectamente cuidado, era un lugar hermoso y a pesar de ser grande era bastante familiar.
Pronto se encontró rastreando la esencia de ella. Y logró localizarla. Terminó por subirse a el balcón que conectaba a una de las habitaciones, los ventanales estaban ligeramente abiertos y la habitación a oscuras. Claro, ella debía de estar durmiendo en ese momento, después de todo eran cerca de las dos de la madrugada.
Con agilidad y sin hacer el menor de los ruidos, se adentró impasible en la habitación y agradeció mentalmente su excelente visión nocturna. Eran una de las pocas cosas buenas que conllevaba el ser un vampiro.
La respiración se le cortó cuando estuvo totalmente en el interior de la pieza. El aroma de Kirsten flotaba en el aire, envolviéndolo y erizando su piel. Casi dejó escapar un jadeo, pero lo logró contener justo a tiempo.
Se acercó lentamente a la cama y dejó vagar los ojos hasta el cuerpo que respiraba calmadamente sobre la colcha.
Los cabellos rojo fuego estaban esparcidos sobre las sabanas blancas y sus pestañas caían como alfombras sobre las pálidas y delicadas mejillas. Tenía los labios ligeramente abiertos, por donde escapaba la casi imperceptible respiración. Hecha un ovillo, se abrazaba a sí misma y las sabanas blancas cubrían solo la mitad de ese hermoso cuerpo.
Sin poder resistirlo, Alex se sentó a orillas de la cama y dejo caer la mano sobre la cabeza de ella, acariciándole levemente los pelirrojos cabellos.
—Kirsten… —Susurró. Ella se removió, dándose vuelta hasta quedar frente a él y movió su cabeza buscando el calor de su mano, gesto que lo hizo sonreír enternecido –Si fuera otro, no dejaría que nadie más te tuviera, Kirsten. Serías mía y solamente mía… te aseguro, que en otra vida, no dudaría en ir tras de ti.
Pero en esta, simplemente no podía permitírselo.
Ella frunció el ceño y abrió ligeramente los ojos. Parpadeando, clavó esos mágicos y hermosos ojos azules en él. Una sonrisa se escapó de sus labios y su corazón dio un vuelco, comprendiendo que ella se había despertado.
—Alex —Susurró su nombre con una voz tan pura y angelical, creando en él de la nada, unas enormes ganas de besar esos labios rojos que contrastaban con la blanca piel de su cara —. Que hermoso sueño…
Esto lo dejo anonado. Sus manos volvieron a acariciarle el cabello.
—Eso es, pequeña —Le dijo —. Solo cierra los ojos, Kirsten.
— ¿te quedaras? —Preguntó buscando a tientas su mano libre.
Alex asintió.
—No me moveré hasta que duermas.
Ella cerró los ojos, esta vez con una sonrisa en sus labios.
Alex se encogió, cuando ella quedó dormida se levantó apresurado de la cama y se dirigió al balcón. Dándole una última mirada, saltó desde la baranda al jardín.
Era definitivo. No podía quedarse aquí. No a menos que decidiera sucumbir a la necesidad de estar con ella, y eso en definitiva era algo que no debía dejar que ocurriera nunca
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