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Nada por ahora
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Besos a Medianoche. Capítulo I. Parte I


Capítulo I. Parte I.

Alex rellenó la copa con vino clásico francés, no lograba calcular cuánto había tomado. Sus verdes ojos, cerca de verse azulados, se hallaban entrecerrados pensativamente y clavados en la nada. Se encaminó hasta quedar al frente del escritorio de fina madera pulida y luego se dejó caer en silencio sobre el mobiliario. Planificaba con lentitud las decisiones que estaba dispuesto a tomar y a efectuar mientras los rastros de su pasado se filtraban en su cabeza, a pesar de que se negaba a recordar nada de su vida antes de convertirse en vampiro. Alexander Night no estaba hecho para tener compañera. No había nacido con la intención de atarse a una mujer. Y sobre todo, se negaba a causar más muertes y sufrimientos.

—Mi señor, tiene visitas —La voz de su mayordomo hizo que saltara de su silla y derramara cierto contenido de la copa de vino en la alfombra. Su sirviente arqueó una ceja por la falta de compostura que nunca antes había vislumbrado en su amo.

—¿Por qué no has tocado la puerta, Theo? —Su mayordomo parpadeó unas cuantas veces.

—Mi señor, no es por contradecirle, pero toqué la puerta aproximadamente cinco veces. Usted no contestó por lo que me preocupé y por esa razón entré sin su aprobación.

Alexander apretó los labios, había estado tan sumido en sus pensamientos sobre Kirsten y lo que haría de ahora en adelante para separarse de ella, que no había notado lo que acontecía a su alrededor. Las compañeras volvían estúpidos a los hombres.

—¿Quién podría ser a estas horas? —Preguntó, observando como el reloj marcaba las cuatro. Nunca había nadie que lo visitara antes de las siete de la noche y que esta fuera la primera vez que alguien venia a su casa a horas de la tarde, le hacía fruncir el ceño. Desde la noche anterior, cuando había llegado del pequeño interludio en la habitación de Kirsten llevaba encerrado en su estudio privado, le molestaba que alguien hubiese interrumpido sus momentos de meditación.

—Dice ser la señorita Francesca Agnes.

Alex abrió los ojos de par en par y luego se enderezó.

—Hágale pasar.

Su mayordomo inclinó la cabeza y luego salió por la puerta dejándolo totalmente solo.

Su estudio estaba compuesto por varios muebles de madera oscura y una pequeña mesa de café entre los muebles. En una esquina se hallaba su escritorio con la silla de tapizado de cuero; en la pared había una pequeña estantería con algunos libros que tenia pautado leer, la mayoría eran de poesía y acostumbraba a cambiarlos por otros de la biblioteca que se hallaba en la otra habitación. Un mini bar con distintos tipos de licores y vinos estaba aferrado a la pared al lado de la puerta.

Movió el cuello en forma circular con intenciones de aliviar la tensión de sus músculos.

La puerta se abrió de nuevo y apareció la figura de Theo, seguida por la menuda y delgada silueta de la compañera de Blasius Nortton.

Era delicada y no muy alta. Sus cabellos castaños caían en preciosos tirabuzones hasta la cintura, a pesar de llevarlos sujetos en una cola alta cerca de la coronilla. Sus ojos eran dos enormes pozos, de un tono chocolate, cálidos, mimosos e inocentes en su mayor parte. Tenía el rostro levemente redondeado y mejillas siempre coloreadas de un rosa pálido. Los labios eran perfectos, el de abajo quizás algo más grande que el de arriba, pero esa diferencia solo llegaba a ser atractiva. Su cuerpo estaba vestido con el uniforme de su instituto; la falda de cuadros escoceses le llegaba casi hasta las rodillas y el saco azul marino estaba colgando en su brazo izquierdo.

Era una chica joven y demasiado bonita. Tal vez no hermosa, pero definitivamente muy mona.

—Pequeña Fran, es todo un honor para mí tenerte aquí visitando mi humilde hogar.

Ella rodó los ojos pero igual una pequeña sonrisa adornó encantadoramente sus labios.

—Esta casa, de humilde no tiene absolutamente nada —Le dijo casi con una risa imperceptible.

—Pues te aseguro, querida, que no es para nada tan impotente como la mansión de tu apuesto caballero.

Ahora sí, ella rió estruendosamente, arrancándole una sonrisa. Había algo en esa pequeña chica que causaba un enternecedor sentimiento de fraternidad en su pecho.

—Estoy casi segura, que Blas se moriría si te oyera llamarle “apuesto caballero” —Francesca se aproximó al mueble al frente de donde se encontraba sentado —Con su permiso, entonces, me sentaré.

—Oh, desde luego, disculpa mis malos modales. Ella deslizó sus manos por la falda mientras se sentaba en el sillón, luego llevó ambas manos hacia sus rodillas y las dejó descansar allí. Alex ladeó discretamente el rostro ­—¿A qué se debe tu encantadora presencia?

Francesca observó el suelo con sumo interés y con una pequeña y tímida sonrisa en su cara.

—Por lo que sé, eres uno de los vampiros más viejos —Afirmó, mordiéndose el labio inferior. Eso era cierto, él era el sexto vampiro más viejo… Con alrededor de mil años de vigencia.

—¿De qué podría servirte esa información, Francesca?

—Tengo que hacerte una pregunta, más bien una inquietud que creo eres el único con el que puedo tratarla —Los ojos de ella revolotearon alrededor de la habitación, buscando clavarlos en cualquier parte menos en donde él se encontraba —Si me convierto en vampiro como tú, eso significa tener que separarme de todos los que conozco ¿Cierto? En cuanto noten que he dejado de envejecer… Tendré que dejar mis seres queridos de por vida.

La respiración de Alex se ofuscó. El silencio hizo presencia en la sala, solo el sonido del reloj de pared negro, que se hallaba junto a la ventana, era lo único que se atrevía a romper el momento en el que él y Francesca se abstuvieron de hablar. Alexander se dedicó en ese instante a hacer algo bastante interesante, quizás no para Francesca, pero desde luego que sí, para él mismo. Se levantó del asiento y se dirigió al mini bar, caminando lentamente intentando ocultar su repentina frustración.

Tomó uno de los vasos y abrió casi con desesperación la botella de whisky. Llenó el vaso hasta llegar casi a los bordes y llevándolo a sus labios, ingirió todo el contenido de un solo trago. Sintió ese similar escozor en su garganta y luego su estomago… Para después no sentir más nada que un carente y pobre vacio en su ser. Los ojos de Francesca lo observaban fijamente, parpadeando con sorpresa ante su actuación.

La chica se llevó un mechón de cabello castaño, que había escapado de su cola, detrás de su oreja.

—¿No es malo que tomé de esa forma el licor? Me refiero… ¿No sería algo peligroso? —Preguntó observándolo con algo de interés, entremezclado con una fría y detallada preocupación.

Alex simplemente rellenó de nuevo el vaso, y volvió a llevarlo a sus labios, esta vez tomándolo mas lentamente y con suavidad.

—Soy inmortal —Lo dijo como si se tratara de una mera novedad —Cambié parte de mi experiencia de vida por la habilidad de ingerir comida y tomar bebidas. Pero aun así, estas no interfieren con el funcionamiento de mi organismo… Para mí tomar cien cajas de alcohol, se trata de lo mismo como si un humano tomara una botella de agua.

Los ojos de ella rodaron mientras boqueaba por el dato.

—Guau… —Susurró —…Eso es el sueño de todo alcohólico.

Alex carraspeó.

—Si, claro —Tomó otro trago de su bebida.

Francesca sonrió dulcemente.

—Me parece algo muy humano de tu parte, haber escogido algo así.

Ciertamente, lo fue. Sus ojos se oscurecieron con dolor… Sentimiento que se obligó a sí mismo a ocultar, cerrando los parpados unos instantes mientras caminaba hasta alcanzar la ventana. Lentamente, el sol se ocultaba tras el horizonte.

—Hay veces, querida Francesca, en que algunos vampiros, después de obtener la inmortalidad ansiada por muchos, solo desean volver a aquella época en la que eran humanos. Un deseo idiota e imposible de cumplir totalmente… Esos vampiros son simples monstruos con almas demasiado humanizadas —Dejó el vaso sobre el estante del mini bar. Francesca observó el vaso que había quedado solitario sobre la mesa, sus ojos estaban llenos de compasión y aunque no lo quisiera, eso solo lo enojaba. No le gustaba que sintieran compasión por él, simplemente el pensamiento lo molestaba con todas sus fuerzas.

—¿Te consideras a ti mismo un monstruo, Alexander?

Mientras caminaba despacio a través de la pequeña y concurrida habitación, sus palabras le sentaron como un balde de agua fría. La compañera de Blasius Nortton, podría parecer la viva imagen de la inocencia, pero su astucia superaba con creces todo lo que Alex había supuesto. Se detuvo y la observó sobre su hombro, mientras la oscuridad del atardecer, llenaba lentamente la estancia.

—¿Por qué estás tan interesada en ese tipo de cosas, Francesca? —Preguntó con expresión cautelosa y cansada. Cuando se sentía de ese modo, solía verse mucho más mayor de lo que su apariencia vampírica delataba.

Ella se levantó de su asiento y alisó nuevamente su falda, mientras tomaba el maletín que se hallaba recostado cerca de donde había estado. Su expresión facial, era una máscara fría que no dejaba mostrar lo que pensaba o sentía. Esa mujer, podría llegar a sorprender a más de uno si se daba la oportunidad.

—Sólo... —Comenzó antes de suspirar y detenerse a su lado, para mirarlo fijamente —…No hagas algo de lo que puedas arrepentirte después ¿Vale? Hay personas aquí a las que les importas. No lo olvides.

Sin agregar nada más, simplemente continuó caminando hasta salir por la puerta del sencillo despacho.

Y Alexander permaneció allí de pie, observando a la nada, sintiendo la furia crecer en su interior de tal forma que dejó escapar un grito lleno de odio mientras se aproximaba a la pequeña mesa de centro y la levantaba con fuerza para luego dejarla caer en el suelo nuevamente, derribando todo su contenido y esparciéndolo sobre la fina alfombra beige traída de uno de sus viajes a Escocia.

Maldijo para sus adentros al oír el sonido de los cristales rompiéndose y como el sutil aroma a licor se extendía a su alrededor. Pasando ambas manos por entre sus cabellos castaños, se sentó de golpe en el mueble sintiéndose más sólo que nunca.

—Habla como si lo supiera todo… —Recostó el cuello contra el acolchado arco del espaldar y cerró los ojos luego de permanecer un buen rato mirando fijamente el techo. No había nada que lo atara a esa ciudad, ni a ese país. O eso era lo que se decía a sí mismo en lo más profundo de su mente.

Abrió los ojos de nuevo, sintiéndose pesado y descompuesto; no podía evitar sentirse de esa vil manera, ahogándose en sus propios y duramente autodestructivos pensamientos. A tientas, buscó su móvil, que había dejado caer descuidadamente sobre el mueble a su lado, y sin pensarlo, marcó el número de uno de los vampiros que más se había ganado su respeto a través de los años. Quizás en quien más confiaba luego de su estrecha amistad con Blasius Nortton.

—Dispara —La voz masculina al otro lado del teléfono, respondió enfurruñada y molesta luego de dos timbrazos. Sin poder evitarlo, una sonrisa se le escapó de los labios.

—¿Te he despertado, bella durmiente? —Preguntó en un tono burlón, ganándose otro gruñido por parte del vampiro.

—Habla de una buena vez, antes de que me arrepienta de no acabar con tu miserable existencia.

—Joder, pareces salido de una historieta de superhéroes, Ethan, pero tú eres el villano —Soltó con intenciones de hacerlo rabiar un poco más. No sabía porque encontraba cierto placer en molestar a ese vampiro —¿Cómo te encuentras?

—Vendería mi alma a algún demonio, si tan solo pudiera volver a ser diurno nuevamente —Se oyó un bostezo por parte de Ethan Rumsfeld, un vampiro joven, pero demasiado temido por todos los seres sobrenaturales que conocían su existencia.

Los vampiros, a medida que pasaba el tiempo reunían alguna especie de magia llamada “experiencia” –Aún no lo tenía del todo claro–, y esta magia podría ser cambiada por una habilidad especial, cómo obtener poder, fuerza, o elegir algo mucho más humano; ser capaz de probar el sabor de la comida nuevamente, o tener la capacidad de caminar bajo el sol. Ethan, a pesar de no tener más de ciento cincuenta años, tenía la experiencia suficiente como para canjearla por poderes impresionantes. Nadie sabía porque… Pero había algo antiguo a la vez que poderoso y oscuro en él.

—¿Por qué no cambias un poco de tu experiencia por la posibilidad de caminar bajo el sol? Sabes que tienes como conseguirlo —Peguntó, mientras clavaba la vista en el techo y analizaba con cuidado las suaves grietas producidas en él. Tendría que mandar a repararlo alguna vez, ¿Cómo no lo había notado antes?

—Es derroche de tiempo y energía —Dijo Ethan del otro lado de la línea —. No me serviría de nada. Prefiero obtener poderes que puedan ayudarme y serme útiles —No le extrañaba en nada su banal respuesta —. Y bien… ¿Para qué llamabas?

—¿No crees que te he llamado para saber tu estado de salud? —Fingió lo más que pudo una voz sentimentalmente herida.

—No —Sonó la seca respuesta en sus oídos haciéndolo sonreír —. Tú no eres del que llama para preguntar como estoy… O lo haces porque estás muy aburrido y no sabes a quién más amargarle el día, o es que tienes algo importante que decirme. La astucia de Ethan, lo sorprendía a veces.

—La verdad… —Su sonrisa se borró lentamente sintiéndose vencido —. Estoy pensando en irme un tiempo de la ciudad. Se levantó del asiento y se hizo paso entre el pequeño despacho, hasta llegar y alcanzar el enorme ventanal en posición diagonal hacia la puerta. Movió un poco las cortinas, solo lo suficiente como para ser capaz de asomar su rostro y clavar ambos ojos en la luna que ya estaba en su máximo punto… ¿Cuán rápido podría hacerse de noche, una tarde de invierno? Al no oír respuesta del otro lado, delataba que Ethan esperaba a que continuara con sus palabras. —¿Te gustaría acompañarme un tiempo a Australia?

5 comentarios:

Anónimo

Muy bueno nos deja impacientes por mas... jeje

carolina

simplemente me encanta

Fabiola

Mi Alex!!...porque no se me olvida que ese vampiro es miooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!

Anónimo

kiero mas!!!!!!

Desirée

Hola, no se cuando has vuelto a publicar pero me alegro, seguía tus publicaciones hace tiempo, pero dejaste de publicar y estuvimos un tiempo sin saber que te pasó, pero lo que importa es que estás de vuelta echaba de menos tus publicaciones, me encanta la serie los condenados y me quedé con la miel en los labios con el principio de besos a medianoche. Gracias por seguir escribiendo y compartiendo con nostras. Un abrazo muy grande